lunes, 26 de mayo de 2008

El mandarín

Entonces, pensando que Lisboa, el medio estancado en que me movía, favorecía el desarrollo de aquellas obsesiones, decidí partir, viajar sobriamente, sin pompa, con un baúl y un lacayo.
Visité, en su orden clásico, París, la banal Suiza, Londres, los lagos taciturnos de Escocia; planté mi tienda ante las murallas evangélicas de Jerusalén; y, desde Alejandría hasta Tebas, recorrí todo ese largo Egipto monumental y triste como el pasillo de un mausoleo. Conocí el mareo de los barcos, la monotonía de las ruinas, la melancolía de las multitudes desconocidas, las desilusiones del bulevar; y mi mal interior iba creciendo.

Traducción de Paloma Navarro

El mandarín
Eça de Queirós

4 comentarios:

Ar Lor dijo...

Y uno aquí en esta galera, intentando aguantar el temporal de deudas del final de mes.

Gavilán dijo...

Galeote, galeote, maricón el que no bote.

Ar Lor dijo...

Bienvenido Gavilán, ¿por dónde has estado volando?

Gavilán dijo...

Estoy metido en un relato de los llamados cangrejos: Un pasito adelante y dos atrás.