viernes, 30 de enero de 2009

La plegaria del buzo

Grabado antiguo. Buzo
El mismo día que cumplí dieciocho años, mi padre me llamó y me dijo, con la debida gravedad:
-Nuestro Señor quiere que todos los hombres realicen en la tierra su trabajo. No ama a los que miran, sentados en el lindero de los campos, cómo trabajan los sembradores y los que aran. Es preciso, pues, que tú elijas libremente un trabajo que dé un fin y un sentido a tu vida. Cualquiera que sea el que elijas, te prometo que no he de ponerte obstáculos. Por lo tanto, decide y habla.
Y yo que reverencio profundamente a Nuestro Señor y obedezco siempre a mi padre, respondí:
-Mi elección ya está hecha. Me haré buzo.
Mi padre se puso un poco pálido, pero contestó en seguida:
-Hágase tu voluntad.

De este modo, desde aquel día, fui buzo. Durante muchos años he vivido solo y en silencio en las aguas profundas. He habitado todos los mares, he explorado todos los oceános, he descendido a todos los abismos. He encontrado cascos de galeras, con las viejas áncoras despuntadas, llenas de monedas de oro cuyas efigies se hallaban corroídas por el agua -grandes monstruos luminosos, con enormes ojos blancuzcos, me han iluminado con su resplandor irreal-, largos cuerpos verdosos, semejantes a los de las sirenas me han acariciado; he penetrado en las bocas oscuras de volcanes sumergidos; he pisado el suelo de las Atlántidas desaparecidas; he encontrado en las hendiduras cadáveres de naúfragos; me he debatido entre los tentáculos de pulpos colosales, y he llevado a la luz montones de maravillosas perlas, de extrañas conchas, de árboles fosforescentes, y los puñales que tiran al mar, por la noche, los tremebundos homicidas; las sortijas de los Dux y la aúrea copa del rey de Thule...
Llegó, pues, un día en que ya conocía todas las profundidades marinas, todos los valles de los oceános, todos los abismos más tenebrosos y los tesoros más ocultos. Llegó un día en que ya estuve impregnado de todos los perfumes salinos, y supe todos los ritmos de las olas y todas las sinfonías de las tempestades. Y entonces pensé que Nuestro Señor podía estar satisfecho de mi obra y decidí volver a mi ciudad, entre los seres terrestres que había dejado hacía muchísimos años.

Palabras y sangre
Giovanni Papini

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