jueves, 8 de enero de 2009

UNA REALIDAD

E. O. Hoppe. Rudyard Kipling
El sacerdote será siempre sacerdote; el que una vez fue masón seguirá siéndolo siempre; el que una vez se metió a periodista, lo será siempre y por siempre jamás.
Éramos tres, y los tres éramos periodistas, y los tres periodistas éramos los únicos pasajeros de un pequeño vapor vagabundo que tan pronto marchaba por una ruta como por otra, según le ordenasen sus propietarios. Estuvo un tiempo dedicado al transporte de mineral de hierro desde Bilbao, fue alquilado más tarde al Gobierno español para establecer un servicio con Manila, y en la actualidad terminaba sus días en el transporte de coolies a Ciudad del Cabo, con algún que otro viaje a Madagascar e incluso hasta Inglaterra. Nosotros coincidimos en una ocasión en que ese barco marchaba a Southampton en lastre, y tomamos pasaje, porque sus tarifas eran insignificantes. Uno de nosotros tres era Keller, que pertenecía a un periódico norteamericano y que regresaba a los Estados Unidos después de las ejecuciones palatinas que habían tenido lugar en Madagascar; el otro periodista era un fornido semiholandés llamado Zuyland, propietario y editor de un periódico del interior en una población próxima a Johannesburgo; y el tercero era yo, que había renunciado solemnemente al periodismo y hecho voto de olvidarme hasta de la diferencia que existe entre un anuncio de caja alta y baja y un anuncio estereotipado de clisé.

Tres hombres corrientes y molientes se habrían peleado entre sí de puro aburrimiento antes de llegar a Southampton. Nosotros no teníamos, gracias a nuestra profesión, ni un pelo de hombres corrientes y molientes. Un gran tanto por ciento de la chismografía mundial, es decir, el noventa y nueve por ciento, que no puede contarse en presencia de señoras, y el uno por ciento restante, que puede contarse lo mismo a las señoras que a los caballeros, resulta de propiedad común cuando procede de un archivo común. Nosotros nos contamos todas esas historietas como cuestión de forma, pero con todas sus variantes locales y específicas, que resultan sorprendentes. Después de eso, y en los intervalos de fuertes partidas de naipes, vinieron las anécdotas personales de aventuras y de cosas vistas y soportadas, tales como estampidas entre gente blanca; por ejemplo, aquella ocasión en que un loco terror ciego se contagió de hombre a hombre en el puente de Brooklyn y las gentes murieron aplastadas, sin que nadie supiese explicar el porqué de aquel ciego pánico; incendios en el que se vieron aparecer en el encuadramiento de las ventanas al rojo vivo rostros que abrían y cerraban las bocas con un gesto horrible; naufragios entre el hielo y la nieve, cuyo reportaje había retransmitido el periodista desde el remolcador de salvamento y a riesgo de sufrir la mordedura del hielo; largas carreras a caballo en persecución de los ladrones de diamantes; escaramuzas que habían tenido lugar en el veldt y en los comités municipales de los Bóers; vislumbres de política de El Cabo, torpemente enmarañada, y del imbécil Gobierno del Transvaal; anécdotas de juego de caballo, de mujeres, por veintenas y por medias centenas; todo ello hasta el punto de que el primer oficial, que había visto más cosas que nosotros tres juntos, pero que andaba escaso de palabras con que revestirlas, nos escuchaba con la boca abierta hasta muy avanzada la madrugada.

Muchas Fantasías
Rudyard Kipling

1 comentario:

Higinio dijo...

En el cuento de Kipling,los tres periodistas embarcados en el Rathmines ven durante la travesía dos gigantescas serpientes de mar.
En un primer momento deciden escribir juntos lo que para ellos es "el notición más grande de que hay memoria".
Tras meditarlo cambian de idea y deciden escribir por separado la noticia, cada uno a su manera.
Se dan cuenta,sin embargo, que nadie les va a creer. El cuento termina como sigue:
"¿Qué va usted a hacer?
-Contar lo sucedido como si fuese una mentira.
-¿Novela?
-Pronunció esta palabra con la congénita repugnancia que el periodista siente por esta rama ilegítima de la profesión.
-Puede usted ponerle el nombre que quiera. Yo diré que es una mentira.
Y en mentira ha quedado, porque la Verdad es una mujer desnuda, y si por casualidad se ve arrastrada desde el fondo del mar hasta la superficie, la decencia obliga a todo caballero a proporcionarle una falda de papel impreso o, de lo contrario, volver la cara hacia la pared y jurar que no la hemos visto".