domingo, 26 de julio de 2009

Königsberg, 1798

Veit Hans. Retrato de Kant.
Se levantaba a las cinco de la mañana. Tomaba una taza de té y fumaba una lenta pipa. A las siete iniciaba su jornada de trabajo. Así hasta la una menos cuarto, en que anunciaba a su sirviente que por fin era el momento. Eso significaba que debía llevársele una copa de vino. Con ella esperaba la llegada de los invitados que regularmente le acompañaban en la comida. Luego salía a pasear su soledad. Al regresar a casa, leía hasta el atardecer. Entonces iniciaba una profunda meditación. Cuando ya había anochecido, reanudaba el trabajo a la luz de las velas. Antes de las once se acostaba.
Durante muchos años, Königsberg asistió en silencio a la reflexión de un hombre ordenado que odiaba las agitaciones y los viajes. En esa fidelidad meticulosa fue labrando la inmortalidad. Aunque acaso, en su esforzado trabajo, en su calculado tiempo de estudio, jamás pensara en ella.
Nadie sabrá nunca el criterio que la memoria sigue para escoger a sus protegidos en medio de la inmensa selva de hombres que debe ser engullida por el tiempo. Hombres diversos se inmortalizaron para siempre escribiendo poemas irrepetibles, conquistando vastos imperios, delimitando en la piedra o en el mármol formas definitivas, repartiendo pan a los miserables, cometiendo magnicidios, o trabajando oscuramente, en un pequeño gabinete, mientras el cielo de Königsberg se oxida con las últimas luces del crepúsculo.

Noticia de tierras improbables
Pedro Ugarte

2 comentarios:

Sebastián Gómez Andrade dijo...

Un sacrificio faustico.

Salud por él.

PD: Se cuenta igualmente que si no se levantaba, le tenia indicado a su mayordomo que lo echara de la cama a golpes.

Ar Lor dijo...

Kant, además de alguna que otra cosa más, era un "señal horaria", pues su
rutina era tan extrema que sus vecinos ponían en hora sus relojes, al verlo pasar por delante de sus casas.
Sebastián, excelente tu reflexión "El vino en mi vida", en tu página "El Triunfo de la Muerte".
Un saludo