domingo, 2 de agosto de 2009

El manzano

Daphne Du Maurier. Fuente: Dumaurier.org.

Aquel verano se tomó unas vacaciones más largas de lo que tenía por costumbre. Estuvo apenas diez días en casa de su madre, en Norfolk -en lugar del mes entero que solía pasar allí con Midge-, y el resto de agosto y todo septiembre lo pasó viajando por Suiza e Italia.
Se llevó el coche, a fin de poder ir de un lado a otro a su capricho. Le tenía sin cuidado la belleza de los paisajes y no era aficionado a escalar, de modo que no relizaba excursiones. Lo que más le gustaba era llegar a una ciudad pequeña al caer la tarde, elegir un hotel, pequeño pero confortable, y quedarse allí dos o tres días seguidos sin hacer nada más que vagabundear.
Le agradaba pasarse toda la mañana sentado al sol en algún café o restaurante, delante de un buen vaso de vino, y mirar a la gente. Le gustaba oír a su alrededor el murmullo de las conversaciones, a condición de no verse obligado a participar en ellas; cambiar de vez en cuando una sonrisa con alguien, saludar brevemente a algún huésped del mismo hotel, pero nada que le comprometiese, lo justo para tener la sensación de ir con la corriente, de formar parte de ese mundo de descanso y movimiento.

Traducción de Adolfo Martín

Los pájaros
Daphne du Maurier

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