martes, 18 de agosto de 2009

La madre salvaje

Goldie Bel. Ninfa del bosque.
Hacía quince años que no volvía a Virelogne. Y lo hice en el otoño para cazar con mi amigo Serval, que había reconstruido su castillo, asolado por los prusianos.
Yo amaba infinitamente a esa tierra. Pertenece a ese tipo de deliciosos rincones del mundo que ofrecen a los ojos un inconfundible encanto sensual. Es posible amarlos con un amor físico. Los que tenemos predilección por la naturaleza, guardamos recuerdos tiernos de algunos manantiales, de ciertos bosques, lagunas y colinas vistos con frecuencia y que parecen esperarnos a manera de acontecimientos dichosos. Incluso a veces el pensamiento vuelve hacia determinado rincón del bosque, o al extremo de una ribera, o a un huerto repleto de flores, percibidos una única vez, durante cierto día alegre, y mantenidos en nuestro corazón como esas imágenes de mujeres encontradas al azar en una mañana de primavera, con ropa clara y transparente, y que nos dejan en el alma y en la carne un deseo nunca apaciguado, inolvidable, la sensación de la felicidad presentida.

Bola de Sebo y otros relatos
Guy de Maupassant

1 comentario:

Ar Lor dijo...

Una ninfa muy bien alimentada, Higinio.