lunes, 7 de septiembre de 2009

Farah

Frank Mcintosh. Tarban, el arquero.
De niña había leído las sagas nórdicas, y ahora, al entrar en contacto con los somalís, me sorprendía su semejanza con los antiguos islandeses. Por consiguiente, tuve una alegría al enterarme de que el profesor Östrup, autoridad en el estudio de ambos pueblos, hacía uso de un término común para caracterizar a árabes e islandeses: los llama attitudinisers (o sea, poseurs, gente que afecta una postura o actitud efectista). La voraz ambición que alienta en los corazones de los hijos del desierto, de destacar por encima de los demás y de inmortalizarse a toda costa con un gesto o una palabra, es la misma que alentaba en los corazones de los indómitos y curtidos navegantes jóvenes de los mares del Norte.
En las llanuras del África vino a mi memoria la estampa, de Ejnar Tambeskälve, el joven arquero inigualable, amigo del rey Olav Tryggveson, a cuyo lado estuvo en la batalla naval de Svoldr, librada el año 100. Al quebrarse la cuerda del arco de Ejnar con un ruidoso estampido, gritó el rey por encima del fragor de la batalla: "¿Qué ha estallado ahí con tanto estruendo?". Y él replicó con un alarido: "¡El reino de Noruega de tus manos, rey Olav?". El guerrero adolescente de ojos fieros, erguido sobre la popa de la nave, se habrá sentido satisfecho al ver que por fin se ha llevado a cabo lo que estaba pendiente. Y los que hoy día leemos sucesos de su vida, muy bien podemos darle la razón, ya que a estas alturas pocos serán los que recuerden quién ganó y quién perdió la batalla de Svoldr o cuáles fueron sus consecuencias, en tanto que el grand mot de Ejnar Tambeskälve se sigue recordando al cabo de un milenio.

Sombras en la hierba
Isak Dinesen

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