jueves, 5 de noviembre de 2009

Una historia natural de los muertos


Ernest Hemingway. Fotografía de Lloyd Arnold.
Siempre me pareció que se ha omitido la guerra como campo de observación para el naturalista. Tenemos encantadores y exactos relatos y descripciones de la flora y la fauna de la Patagonia, escritos por el extinto W. H. Hudson; el reverendo Gilbert White ha relatado cosas interesantes de las abubillas, en sus ocasionales y poco comunes visitas a Selbourne, y el obispo Stanley nos ha dejado una valiosa, aunque popular Historia de los Pájaros. ¿No podemos acaso ofrecer al lector algunos hechos nuevos y racionales acerca de los muertos? Así lo espero.
Cuando el perseverante viajero Mungo Park se hallaba desfalleciente en la vasta aridez de un desierto africano, desnudo y solo, considerando contados los minutos de su vida; cuando no parecía tener otro recurso que dejarse caer y morir, sus ojos se posaron sobre una flor de extraordinaria belleza. "Aunque la planta entera -dijo- no era más grande que uno de mis dedos, no pude completar la delicada conformación de sus raíces, sus hojas y sus flores sin sentir admiración, en esa oscura parte del globo, algo que parecía de tan pequeña importancia, ¿podría contemplar con indiferencia el sufrimiento de las criaturas creadas a su imagen y semejanza? Seguramente, no. Reflexiones como ésta, me impidieron entregarme a la desesperación. Olvidando el hambre y la fatiga, seguí adelante, seguro de que el socorro se hallaba cerca, y no quedé decepcionado".

Relatos
Ernest Hemingway

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