sábado, 13 de marzo de 2010

El Norte Secreto... y los Yetis

Robert Bateman. El Yeti, 1998.
Por aquella época fuimos a las montañas de Chang Tang.

Allí fue donde por primera vez vi un yeti. Estaba yo inclinado recogiendo hierbas medicinales cuando algo me hizo levantar la cabeza. A unos nueve metros de mí se hallaba el extraño ser del que tanto había oído hablar. Los padres tibetanos suelen asustar a sus niños cuando son traviesos, diciéndoles: "Si no eres bueno , te llevará un yeti". Por fin, pensé, un yeti iba a llevarme a mí. Y, la verdad, no me hacía gracia. Nos quedamos mirándonos fijamente, inmovilizados por el miedo, durante un tiempo que me pareció eterno. Me estaba señalando con una mano mientras emitía un curioso maullido...
Seguramente debí de hacer algún movimiento brusco, quizá un brinco, cuando pude reaccionar, porque el yeti chilló de pronto, se volvió y se alejó dando saltos. Me pareció que daba los saltos con una sola pierna. Mi reacción fue también salir corriendo... en la dirección opuesta, claro está.

Luego vimos varios yetis a lo lejos. Se apresuraron a esconderse en cuanto nos divisaron y nosotros, por supuesto, no los perseguimos. El lama Mingyar Dondup nos dijo que estos yetis eran precedentes de la raza humana que habían tomado un camino diferente en la evolución y que sólo podían vivir en los sitios más recónditos. Con gran frecuencia hemos oído historias de yetis que han abandonado estas regiones para hacer incursiones en los sitios habitados. Se habla también de yetis machos que han raptado a mujeres solitarias. Quizá sea éste el procedimiento que siguen para perpetuar su especie. Algunas monjas tibetanas nos lo han confirmado. Concretamente recuerdo que en un monasterio de monjas nos dijeron que una de ellas fue raptada por un yeti una noche en que se había alejado. Sin embargo, no es de mi competencia escribir sobre estas cosas. Sólo puedo decir que he visto yetis y crías de yetis, y también esqueletos de estos seres casi fabulosos.

El tercer ojo
T. Lobsang Rampa

2 comentarios:

Gavilán dijo...

¡Qué aroma, por Dios, qué aroma! ¡Ay, Higinio, esa infancia perdida...!

Ar Lor dijo...

¡Cómo escribía el fontanero inglés! Y nada de lamentos por la infancia perdida, no vaya a ser que perdamos también la senectud.