viernes, 5 de marzo de 2010

Viaje a Lhasa

Nicolás Roerich. Lhasa.
La región que atravesábamos remontando la orilla derecha del Salouen estaba mucho más poblada que las que habíamos recorrido desde que entramos en el Tíbet. Había muchas aldeas y los cultivos cubrían la mayor parte de las tierras bajas. Los bosques habían desaparecido y, en las alturas, no se veían más que pendientes áridas. A menudo, el río penetraba en las brechas gigantescas de las montañas, entre rocas, cortadas a pico, como contrafuertes, de la cadena paralela a su lecho. Estos peñascos a veces cortaban el valle obstaculizando nuestra marcha. Cada etapa nos reservaba el placer de una ascensión de varios centenares de metros con descenso, naturalmente obligatorio, de la ladera opuesta y a veces esta gimnasia se repetía dos veces en el mismo día.
Esta parte, tan distinta de las regiones cubiertas de bosques del Kham, o a las inmensas soledades cubiertas de hierba del norte o aun a las áridas mesetas cercanas al Himalaya, nos hacía descubrir un nuevo Tíbet y, por muy cansados que estuviéramos, disfrutábamos más que nunca del encanto de nuestra hermosa aventura y de nuestra vida despreocupada de vagabundos.

Viaje a Lhasa
Alexandra David-Néel

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