miércoles, 1 de diciembre de 2010

Mi peregrinación a La Meca

La Kaaba, en la ciudad de La Meca. Fuente de la imagen: LIFE.

Nos encontramos por fin ante la meta de mi largo y penoso peregrinaje, cumpliéndose así los planes y esperanzas de muchos años. La imaginación otorgaba una cualidad de espejismo al inmenso catafalco y su sombrío palio, dotándolo de un encanto especial. No nos hallábamos ante enormes fragmentos de venerable antigüedad como en Egipto, restos de una elegante y armoniosa belleza como en Grecia o Italia, o el bárbaro barroquismo de los monumentos de la India; y, sin embargo, el panorama del célebre santuario era insólito, único: algo que muy pocos no-musulmanes habían podido contemplar. Puedo decir sin faltar a la verdad que, entre todos los adoradores asidos en medio de llantos a la cortina, o apretando su acelerado corazón contra la piedra, no había nadie que experimentara una emoción mayor que la que sentía yo, el haji venido del extremo norte. Parecía que las poéticas leyendas árabes se hicieran realidad y que fuera el aleteo de los ángeles, en vez de la fresca brisa de la mañana, lo que inflaba y hacía mover el negro manto que cubría el templete. Aunque, a reconocer verdad, sus sentimientos eran de religioso entusiasmo mientras que en mí había el éxtasis del esfuerzo premiado.

Mi peregrinación a La Meca
Richard F. Burton

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