jueves, 31 de marzo de 2011

El intermediario

Andrey YaKovlev. Lili y Aleeva.

Cuando al fin le confesé mis relaciones con la Otra, me insultó y amenazó con lanzar mis cosas por la ventana, pero luego, ya más calmada, quiso saber qué me atraía de ella, cuáles eran sus posiciones preferidas para hacer el amor, de qué hablábamos después. Cuando le confesé a la Otra que Ella ya sabía sobre lo Nuestro, me insultó y amenazó con dejarme, pero luego, ya más calmada, quiso saber qué le atraía a ella de mí, qué posiciones le excitaban más, qué temas le interesaba discutir antes de dormirse.
Ahora viven juntas. Prometieron invitarme a visitarlas, pero aún no me llaman.

El intermediario
Juan Armando Epple

1 comentario:

Francesc Cornadó dijo...

Cuenta Josep Pla que había en Barcelona un arquitecto, el señor Boniquet, cuya esposa era guapísima. Todos los señores de la alta sociedad barcelonesa admiraban a la señora Boniquet y ella los quería a todos mucho. A más de uno lo quiso con pasión modernista. El arquitecto preocupado por la resistencia de los materiales no sabía nada de los amores de su esposa, aún siendo estos un secreto que ya no era secreto. Un amigo del señor Boniquet, virtuoso de estos que están convencidos de que la verdad debe ir por delante de todas las cosas, creyendo obrar rectamente, informó al arquitecto de las andanzas de su guapa esposa. Naturalmente esta información causó tribulaciones y un nerviosismo tal al buen arquitecto que, el pobre, se desconcentraba en los cálculos, no atinaba con las soluciones constructivas e incluso tuvo el tímido atrevimiento de reprochar a su mujer su licenciosa conducta. Ella se sulfuró y arremetió con improperios contra su marido; total una zaragata de “aquí te espero”.
El señor Boniquet quedó tocado, quería olvidar el mundo, apearse de la vida social y sublimar toda su energía en la arquitectura, hasta que a los pocos días, en una visita de obra le cayó una viga a la cabeza y lo mató.
Las exequias fueron sonadas, los señores de la alta sociedad barcelonesa corrían a dar el pésame a la señora Boniquet. Para todos tenía, ella, una palabra de gratitud que acompañaba con una lagrimita y decía: ¡Ay pobre Ramón, Dios lo haya castigado!

Cómplices, la verdad y la viga, mataron al señor Boniquet.


Salud

Francesc Cornadó