domingo, 20 de marzo de 2011

En el camino

Jack Kerouac fotografiado por John Cohen.

Ahora quería dormir el día entero. Así que fui al albergue juvenil a buscar habitación; no tenían, y por instinto deambulé hasta las vías del ferrocarril -y en Des Moines hay un montón- y encontré una vieja y siniestra pensión cerca del depósito de locomotoras, y pasé todo el día entero durmiendo en una enorme cama limpia, dura y blanca con inscripciones obscenas en la pared junto a la almohada y las persianas amarillas bajadas para no ver el espectáculo humeante de los trenes. Me desperté cuando el sol se ponía rojo; y aquél fue un momento inequívoco de mi vida, el más extraño momento de todos, en el que no sabía ni quién era yo mismo: estaba lejos de casa, obsesionado, cansado por el viaje, en la habitación de un hotel barato que nunca había visto antes, oyendo los siseos del vapor afuera, y el crujir de la vieja madera del hotel, y pisadas en el piso de arriba, y todos los ruidos tristes posibles, y miraba hacia el techo lleno de grietas y auténticamente no supe quién era yo durante unos quince extraños segundos. No estaba asustado; simplemente era otra persona, un extraño, y mi vida entera era una vida fantasmal, la vida de un fantasma. Estaba a medio camino atravesando América, en la línea divisoria entre el Este de mi juventud y el oeste de mi futuro, y quizá por eso sucedía aquello allí y entonces, aquel extraño atardecer rojo.

Traducción de Martín Lendínez

En el camino
Jack Kerouac

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