jueves, 18 de agosto de 2011

El tirano de Taormina

Epa. Trea muchachas

El delta -brazos abiertos, puerta del Mediterráneo, suma de los cuatro elementos- acogió a los navegantes con la recóndita intención de equivocarlos, de sumirlos en un laberinto de canales que los alejara del mar, los retardara, los involucrara en una odisea sin retorno, en un periplo incógnita, en un navegar sin sentido... De Heliópolis a Bubastis, de Bubastis a Tanis, de Tanis a Náucratis, de Náucratis a Sais, de Sais a Heliópolis, de Heliópolis... a Cartago, sin solución de continuidad ni aclaración de las singladuras.
Tras de sí, la nave y los siete supervivientes dejaron un índigo marino que parecía jeroglificar costas del pasado en un horizonte del que nada recordarían, pero al que la insólita mercancía de las tres bellezas nubias aportaría una ignota presencia, una inaudita hazaña, una desasosegante procedencia de ese pretérito que les estaría negado como al hombre su rememoración de placenta de claustro o mundo inabarcable con los sentidos y remembranzas humanas.
Cuatro corintios y tres nubias arribaron a las costas famosas por su suicidio de amor. Ellos y ellas viajaban sin pasado hacia un futuro incierto: nada ni nadie haría posible la recordación, la imagen estabilizadora de los orígenes, de saberse rama de un tronco, cuyas raíces arraigaron en las nubes... La tierra que se avistaba no era, indudablemente, la patria de la que partieron...; pero podía ser muy bien la patria de llegada, la última, la definitiva.

El tirano de Taoemina
Raúl Ruiz

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