domingo, 19 de febrero de 2012

La dicha de vivir

Leopoldo Lugones. Filosofícula.

Poco antes de la oración en el huerto, un hombre tristísimo que había ido para ver a Jesús, conversaba con Felipe, mientras concluía de orar el Maestro.
-Yo soy el resucitado de Naím -dijo el hombre-. Antes de mi muerte, me regocijaba con el vino, holgaba con las mujeres, festejaba con mis amigos, prodigaba joyas y me recreaba en la música. Hijo único, la fortuna de mi madre viuda era mía tan sólo. Ahora nada de eso puedo; mi vida es un páramo. ¿A qué debo atribuirlo?
-Es que cuando el Maestro resucita a alguno, asume todos sus pecados -respondió el apóstol--. Es como si aquél volviese a nacer en la pureza del párvulo.
-Así lo creía y por eso vengo.
-¿Qué podrías pedirle, habiéndote devuelto la vida?
-Que me devuelva mis pecados -suspiró el hombre.

Filosofícula (1924)
Leopoldo Lugones

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