miércoles, 22 de febrero de 2012

La propiedad es sagrada e inviolable

Azorín. Las confesiones de un pequeño filósofo.

Casi todos los colegiales teníamos nuestras "arquillas". ¿Qué encerraba yo en la mía? Ya no lo recuerdo; acaso un álbum de calcomanías, un lápiz rojo, un espejico de bolsillo, un membrillo, que yo voy partiendo poco a poco y comiéndomelo; un libro pequeño con las tapas pajizas, que yo leo a escondidas con avidez... Las arquillas eran unas cajas pequeñas de madera, cerradas, con un asidero en la tapa. Cuando nos sentábamos ante nuestros pupitres, en seguida abríamos en los ratos de asueto en que por causa de lluvia no podíamos ir al patio, en seguida abríamos nuestra arquilla. Yo recuerdo el olor a membrillo -el mismo de las grandes arcas de casa- que se exhalaba de la mía cuando levantaba la tapa. Y luego sentía una viva satisfacción en ir revolviendo las cosas que había dentro; el lápiz, el espejo, las calcomanías, rojas y verdes, que pegaba en los libros.
Ésta era una de nuestras grandes satisfacciones; pero un día, a un escolapio, no recuerdo cuál, le pareció que estas arquillas eran una cosa abominable; decidió suprimirlas. Y aquel día, en que yo veo a mis compañeros cada uno con su caja yendo a depositarla a los pies del tirano, yo lo tengo por uno de los más ominosos de mi niñez; y todavía hoy me siento indignado ante aquel despojo de mi propiedad, sagrada e inviolable.

Las confesiones de un pequeño filósofo
Azorín

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