viernes, 13 de abril de 2012

El regreso

Harry Martinson fotografiado por K. W. Gullers en 1948.

El caminante que retorna de los caminos
sabe que ya nada queda por contar.
Ya todo es sabido mediante los nuevos aparatos que llegan a todos.

De su vida en países extranjeros
nada tiene que contar que no hayan dicho mejor
los aparatos que siempre se anticipan.

Camina en un mundo donde los rumores
han dejado de ser transmitidos por personas de carne y hueso.
Encuentra a un campesino que ya ha oído todo
en un armario que puede captar voces lejanas y reproducir palabras.
Y cuando les dibuja algo en la arena
para explicarles lo que ha visto en países lejanos
lo rechazan con gestos diciéndole que ya lo han visto
mejor y con mayor claridad que en los dibujos
que pueda hacer en la arena.
Y cuando les pregunta que cómo puede ser eso
le señalan una casa que no está lejos de allí
a la que llaman la casa de las Imágenes vivas.

Allí sentados en sillas hemos visto el mar en movimiento, dicen,
y hemos visto naufragar barcos y derrumbarse ciudades
asoladas por el terremoto,
y hemos visto pueblos de lejanos países destrozados por la guerra.
Esto es lo que hemos visto en la casa de la Imágenes vivas. Y hay
una casa de ésas en cada aldea.

Él asiente entonces seriamente con la cabeza.
Y les pide agua para beber. Y mientras la saborea les dice:

Ahora estoy bebiendo un vino que precisamente en este instante
está saliendo de una cuba en una de las fincas de los alrededores
de Funchal. Y sacando un panecillo de su mochila le da un mordisco
y les dice: ahora estoy comiendo un pedazo de pan que en este
mismo instante me da una mujer en la India.
La diferencia radica en que yo llevo conmigo
la fuerza de mi imaginación, mientras que
vosotros la recibís enviada de países extranjeros.

Traducción de Francisco J. Uriz

Vientos alisios (1945)
Harry Martinson

2 comentarios:

Francesc Cornadó dijo...

En el último párrafo está el quid de la cuestión, de eso se trata, de llevar la imaginación consigo.
Salud
Francesc Cornadó

Higinio dijo...

Tienes muchísima razón. Sin imaginación no hay vida. Nos pareceríamos a un pozo seco.

Un fuerte abrazo, amigo Francesc Cornadó.