lunes, 25 de junio de 2012

Ruinas

Rudolf Wiegmann. El Coliseo y el Foro Romano, 1835.

A partir del siglo XVIII, alentados por parecidas emociones, hubo viajeros que iniciaron periplos para contemplar las ruinas del pasado: Troya, Corinto, Pesto, Tebas, Micenas, Cnosos, Palmira, Baalbeck, Petra y Pompeya. Los alemanes, maestros en la formulación de palabras compuestas para aludir a fugaces y peculiares estados del alma (Weltschmerz, Schadenfreude, Wanderlust), acuñaron nuevos términos con los que describir la atracción por las piedras antiguas: Ruinenempfindsamkeit, Ruinensehnsucht, Ruinenlust. En Marzo de 1787 Goethe realizó dos visitas a Pompeya. "Muchas calamidades han ocurrido en el mundo", señaló desde Nápoles, "pero ninguna ha proporcionado más entretenimiento a la posteridad que ésta". "¡Qué maravillosas mañanas he pasado en el Coliseo, perdido en algún rincón de esas vastas ruinas!", recordaba Sthendal en sus Paseos por Roma (1829), recomendando la observación de las ruinas como "el placer más intenso que la memoria pueda procurar". Llegó incluso a proponer que el Coliseo era más seductor en ruinas de lo que nunca podría haber sido cuando estaba nuevo.

Traducción de Jesús Cuéllar

Ansiedad por el estatus
Alain de Botton

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