jueves, 20 de septiembre de 2012

Mi biblioteca

Ilustración de Kazuo Oga. 

Los libros no deben clasificarse nunca. Clasificarlos es una ciencia, pero no clasificarlos es un arte. Nuestro pequeño estante de libros de metro y medio puede ser, en sí mismo, un pequeño universo. Este efecto se consigue dejando que un libro de poemas se recline sobre un periódico científico y permitiendo a un cuento de detectives hacer compañía a un volumen de Guyau. Dispuesto de este modo, el estante de metro y medio se convierte en un estante rico, que intriga la fantasía de uno. Por otra parte, si el estante está ocupado por una colección del Espejo de la Historia, de Ssema Kuangs, entonces, en momentos en que uno no se siente inclinado a mirar en el Espejo de la Historia, el estante carece de significado para uno, y se vuelve un estante pobre, desnudo hasta los huesos. Todo el mundo sabe que el encanto de las mujeres reside en su misterio y en su artificiosidad, y ciudades viejas como París y Viena son tan interesantes porque, después de residir durante diez años en ellas, uno nunca sabe del todo que puede surgir de una callejuela. Esto mismo es cierto con respecto a las bibliotecas. Debiera haber ese misterio y esa artificiosidad, que surgen del hecho de que uno nunca está seguro de lo que ha ocultado, hace algunos meses o algunos años, en ese estante en particular.

Traducción de Alfredo Weiss y Héctor F. Miri

Amor e Ironía
Lin Yutang

2 comentarios:

Maulina dijo...

Creo que ahora, en lugar de ordenar mi biblioteca, enmarcaré este texto y lo colgaré junto a ella.

Higinio dijo...

¡Cuánta razón tiene Lin Yutang! De esa manera, algunas veces, buscando un libro en el estante ocurre el milagro de hallar otro del que no nos acordábamos.
Muchas gracias por tu amable comentario.

Un fuerte abrazo, amiga Maulina.