Theodore Robinson. El viejo puente, 1890.
EN TODOS LOS PAÍSES POR DONDE VAMOS HAY UN HOMBRE, SIEMPRE EL MISMO, EN CADA PUENTE DE RÍO, DE ARROYO O DE TORRENTERA
¿A qué se debe, dice Bet, que todo puente tenga su hombre? Casi siempre
en medio del paso, como quien vigila, esperando la avenida o el regreso
de los estorninos. O bien espiando al otro hombre, el del puente de más
allá, atento a los mercaderes que pasan con sacos de plomos tarados y
canelas espesas. Vuelven del litoral en donde las horas sestean.¿ A qué
se debe, digo yo, que este hombre del puente, cubierto de polvillo
fulguroso de corolas, sea el mismo en todas partes en donde le he visto?
En Brujas, en Burdeos, en Milo o en Menorca, el hombre del puente, con
capa milenaria y helechos por todas partes en donde la vista descansa,
es el mismo, anhelante de vientos y de orajes. Allá en donde un puente
con nieblas por solera, sale de la nada en una noche calurosa, allá,
erguido, hay un hombre, más allá de él mismo, firme en la espera y duro,
seguro del hallazgo. Bet, con polvillo de agua en los párpados, ha
descendido paso a paso, por la escalera de mano apoyada en lo más
alto-donde las tejas, de noche, se agrietan, ensangrentadas.Con voz
antigua y palabras de ahora repetía: - Los puentes de río, de arroyo o torrentera, cancelan el tiempo.
Versión de Enrique Badosa
Aquí mismo
J. V. Foix
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