jueves, 29 de noviembre de 2012

Lisboa, 26 de septiembre de 1982

Howard Fogg. Bordeando el río Ánimas.

Viaje en tren. Y aquí estoy, dándole alegría a mi espíritu y lamentando los perjuicios y desgracias que el automóvil y el avión nos han causado. La velocidad terrestre o aérea de estos inquietantes medios de transporte de nuestra prisa y de nuestra soledad nunca me proporcionó momentos tan placenteros, tan cordiales y tan ricos como éstos de ahora. Un compartimento oscurecido por la presencia de cinco tipos sombríos y bastó que entrara aquel hombre aparentemente anodino, para que todo cambiase de color. A pesar de no conocer a nadie, se puso a hablar con todos, y en cosa de minutos aquel pequeño cubículo parecía un hogar feliz. No tardamos mucho en comer y beber totalmente confraternizados. LLevaba whisky en la bolsa de viaje, fue a comprar pasteles y refrescos, nos habló de su existencia aventurera de viajante de comercio e hizo reir hasta a los más serios. Y, mientras yo iba aportando también mi chispita de gracia, pensaba en el milagro de que existan personas así, que rezuman humanidad por los cuatro costados. Que no se rinden a ese absurdo que es la vida. Que son felices en todas las circunstancias. Que animan los momentos más penosos con la irresponsabilidad de su entusiasmo. Que no han leído nunca, ni saben siquiera que fue escrito, el Eclesiastés.

Traducción de Eloísa Álvarez

 Diario (1932-1987)
Miguel Torga

2 comentarios:

Beatrice dijo...

Ay amigos, pero qué bueno!
Yo conozco muy de cerca una persona de esas características.
Soy afortunada.
Saludos
Beatriz

Higinio dijo...

No dudo de que eres afortunada por lo que cuentas. Esas personas de las que nos habla Torga son "ejemplares raros" y escasos.

Un fuerte abrazo, amiga Beatriz.