Albert Bierstadt. Vista de las montañas de Sierra Nevada, California, 1868.
Con frecuencia se ha opuesto el escenario natural
de Norteamérica, tanto en sus líneas generales como en sus detalles, al
paisaje del Viejo Mundo -en especial de Europa-, y no ha sido más
profundo el entusiasmo que mayor la disensión entre los defensores de
cada parte. No es probable que la discusión se cierre pronto, pues
aunque se ha dicho mucho por ambos lados, aun queda por decir un mundo
de cosas.
Los turistas ingleses más
distinguidos que han intentado una comparación, parecen considerar
nuestro litoral norte y este, comparativamente hablando, así como todo
el de Norteamérica o, por lo menos, el de Estados Unidos, digno de
consideración. Poco dicen, porque han visto menos, del magnífico paisaje
de algunos de nuestros districtos occidentales y meridionales -del
dilatado valle de Louisiana, por ejemplo-, realización del más exaltado
sueño de un paraíso. En su mayor parte estos viajeros se conforman con
una apresurada inspección de los lugares más espectaculares de la zona:
el Hudson, el Niágara, las Catskills, Harper's Ferry, los lagos de Nueva
York, el Ohio, las praderas y el Mississippi. Son estos, en verdad,
objetos muy dignos de contemplación, aun para aquel que ha trepado a las
encastilladas riberas del Rin, o ha errado junto al azul torrente del Ródano veloz.
Pero
éstos no son todos los que pueden envanecernos, y en realidad llegaré a
la osadía de afirmar que hay innumerables rincones tranquilos, oscuros y
apenas explorados, dentro de los límites de los Estados Unidos, que el
verdadero artista o el cultivado amante de las más grandes y más
hermosas obras de Dios preferirá a todos y cada uno de los prestigiosos y
acreditados paisajes a los cuales me he referido.
En
realidad, los verdaderos edenes de la tierra quedan muy lejos de la
ruta de nuestros más sistemáticos turistas; ¡cuánto más lejos, entonces,
del alcance de los forasteros que, habiéndose comprometido con los
editores de su patria a proveer cierta cantidad de comentarios sobre
Norteamérica en un plazo determinado, no pueden cumplir este pacto de
otra manera que recorriendo a toda velocidad, libreta de notas en mano,
los más trillados caminos del país!
Traducción de Julio Cortázar
Cuentos
Edgar Allan Poe
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