domingo, 31 de marzo de 2013

La pregunta

William Somerset Maugham, fotografiado por Alfred Eisenstaedt.

Me condujeron hasta el templo. Se hallaba en la falda de una colina, ante un semicírculo de montañas pardas que parecía rematar el escenario con una grandeza más formal, y me indicaron con qué exquisitez, con qué arte estaban dispuestos los edificios que ascendían por la colina hasta llegar al último, una joya de mármol blanco rodeada por los árboles, pues el arquitecto chino había querido que su creación fuese un mero ornamento de la naturaleza, de modo que empleó los accidentes del paisaje para completar su plan decorativo. Me indicaron con qué astucia estaban plantados los árboles en contraste con el mármol de un portal, de modo que proyectaran aquí una plácida sombra, para que sirvieran allá como trasfondo, y me invitaron a comentar la admirable proporción de los grandes tejados que se alzaban unos sobre otros en profusa riqueza, con la elegancia de las flores; me mostraron que los azulejos amarillos eran todos de distintos matices, de modo que no hiriese la sensibilidad una mancha de color, y que en cambio agradase la sutil variedad de las tonalidades. Me señalaron que las elaboradas molduras de un arco estaban en contraste con una superficie sin adornos, de modo que el ojo no se fatigase al contemplarlo. Todo esto me lo enseñaron mientras recorríamos patios elegantes, puentes que eran un milagro de gracilidad, templos con extraños dioses oscuros, gesticulantes, pero cuando les pregunté cuál era el estado espiritual que había dado vida a toda esa masa de edificaciones no me supieron contestar.

Traducción de Miguel Martínez-Lage

En un biombo chino
William Somerset Maugham

2 comentarios:

Francesc Cornadó dijo...

Una arquitectura integrada en una naturaleza que no imita al arte.
Salud

Higinio dijo...

Escribo aquí el lema que abre tu blog: "La arquitectura ha de estar al servicio del hombre".

Un fuerte abrazo, amigo Francesc Cornadó.