viernes, 24 de mayo de 2013

Introducción a la lectura de un poema

Tamara de Lempicka. Kizette en rosa.

Porque, por encima de las monstruosidades que dijo Mallarmé sobre la poesía (que el mundo estaba detinado a convertirse en un hermoso libro), es necesario proclamar que un hermoso libro no está destinado a terminar en una biblioteca, ni mucho menos en una clase de literatura, de filología o de lingüística. No leemos un poema -y si así lo hacemos, peor para nosotros- para tener la satisfacción puramente intelectual de explicarlo; ni siquiera para tener la satisfacción de saber cómo está construido, o estructurado, como se dice hoy. Y, además, los poemas no se hacen para que los parafraseen, o interpreten o comenten. Se hacen, ante todo, para que los leamos, para que los elijamos, releamos, prefiramos, admiremos; se hacen, digamos la palabra, aunque suene monstruosa al investigador erudito, para que los amemos (o rechacemos); pero no para que los ame el profesor, el autor de un manual de literatura con acento de crítica erudita, sino para que los amemos nosotros.

Traducción de Jorge Aguilar Mora

La literatura y sus tecnocracias
Georges Mounin

2 comentarios:

Marta Ortiz dijo...

Una amiga ilustradora que cercunstancialmente estaba trabajando para una editorial me dijo una vez "dejaré de hacer crítica de las ilustraciones, desde que lo hago no puedo dibujar". Es como la diferencia entre hablar de vivir y vivir. Mejor vivir! :)

Higinio dijo...

Tienes toda la razón. Lo más importante es vivir y alrededor de ese hecho que gire todo lo demás. Desafortunadamente o inevitablemente somos nosotros los que la mayoría de las veces giramos alrededor de las cosas.

Un fuerte abrazo, amiga Marta.