Cartel de Martinica. Fuente: Wikimedia Commons.
Martinica. En 1902 el Mont Pelée hizo
erupción y destruyó la ciudad de Saint Pierre. Cuarenta mil personas
perdieron la vida. Poco antes hubo una cierta actividad volcánica y una
erupción en el norte de Saint Pierre, en la que hallaron la muerte
varias personas. Después, al cabo de algunos días, sin previo aviso,
surgió un chorro de llamas como un torbellino ardiente que invadió Saint
Pierre y los barcos del puerto. Una lluvia de lava fundida y cenizas
siguió a las llamas acompañadas de densos gases que asfixiaron a los que
hasta entonces habían escapado. Todos los que pudieron huyeron de la
ciudad, familias enteras, y, caso curioso, los gases surgían de una
manera intermitente, de modo que escapaban con vida el grupo de delante y
el de atrás, pero el de en medio sucumbía.
Pregunté a mis amigos qué efectos había producido la catástrofe sobre los que habían escapado. Quería saber si el espantoso peligro y la milagrosa salvación había tenido sobre ellos algún efecto moral o espiritual, si sus vidas cambiaron a partir de entonces, si su fe quedó debilitada o reforzada, si fueron mejores o peores. Todo el mundo me dio la misma contestación: no produjo efecto alguno. La mayoría quedaron arruinados, pero cuando hubieron reaccionado de la emoción, reanudaron sus vidas de la mejor forma que pudieron, como si no hubiese ocurrido nada. No eran ni más ni menos devotos, ni mejores, ni peores. Creo que debe ser porque en el hombre hay una facultad de sumisión, un poder de olvido, o acaso un mero embotamiento que le ha permitido sobrevivir a los innumerables horrores que lo han azotado desde los albores de su existencia.
Pregunté a mis amigos qué efectos había producido la catástrofe sobre los que habían escapado. Quería saber si el espantoso peligro y la milagrosa salvación había tenido sobre ellos algún efecto moral o espiritual, si sus vidas cambiaron a partir de entonces, si su fe quedó debilitada o reforzada, si fueron mejores o peores. Todo el mundo me dio la misma contestación: no produjo efecto alguno. La mayoría quedaron arruinados, pero cuando hubieron reaccionado de la emoción, reanudaron sus vidas de la mejor forma que pudieron, como si no hubiese ocurrido nada. No eran ni más ni menos devotos, ni mejores, ni peores. Creo que debe ser porque en el hombre hay una facultad de sumisión, un poder de olvido, o acaso un mero embotamiento que le ha permitido sobrevivir a los innumerables horrores que lo han azotado desde los albores de su existencia.
Traducción de Manuel Bosch
Cuadernos de un escritor (1892-1944)
William Somerset Maugham
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