Matsuo Basho. Sendas de Oku.
El dueño de la posada nos advirtió que el camino hacia la provincia de
Dewa no era muy seguro, pues había que cruzar el monte Ooyama, y nos
recomendó que contratásemos un guía. Como asintiésemos, él mismo se
encargó de conseguirlo y al poco tiempo se presentó con un rollizo
joven, daga curva al cinto y en la diestra un grueso bastón de roble. El
mocetón marchaba adelante de nosotros. Mientras trotaba a su zaga, me
decía: "ahora si de seguro nos acecha un percance ". Según lo había
anunciado el posadero, la montaña era abrupta y hostil. Ni el grito de
un pájaro atravesaba el silencio ominoso; al caminar bajo los árboles la
espesura del follaje era tal que de veras andábamos entre tinieblas; a
veces parecía caer tierra desde las nubes. Hollamos matas de bambú
enano, vadeamos riachuelos, tropezamos con peñascos y, con el sudor
helado en el cuerpo, culebreamos sin parar hasta llegar a la villa de
Mogami. Al despedirse, el guía nos dijo sonriendo: "en este camino
siempre suceden cosas inesperadas y ha sido una fortuna traerlos hasta
aquí sin contratiempos". Aún me dan frío sus palabras.
Traducción de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya
Sendas de Oku
Matsuo Basho (1644-1694)
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