domingo, 21 de julio de 2013

El divino fracaso

Harry Kwinkelenberg. Papel y pluma.

Oh este afán de decirlo todo... Y esta dificultad de la palabra escrita que hemos de grabar en el leve papel con la misma fatiga que si punzásemos la cera con el estilo... Y sería hermoso tener un esclavo de larga mano ligera que día y noche estuviese encerrado en su prisión, llenando de letras para nosotros hojas y hojas, sin descanso ni tregua: un esclavo que trabajase siempre y enflaqueciese y se cubriese de sombra dando forma a nuestras intenciones y nos diese cada noche un libro maravilloso, recamado de pensamientos nuestros, el cual nosotros, ufanos, pudiéramos mostrar a los amigos... Y le llevaríamos a su prisión panes tiernos y frutas dulces: y le dictaríamos nuestras inspiraciones, le soplaríamos nuestro verbo por el hueco de la puerta, pero no le consentiríamos salir nunca. Y así podríamos descansar de nuestra angustia y de nuestra inquietud: y mostrar a los demás un rostro claro, limpio de fatiga; y sonreír alegres y ociosos, sentados sobre un montón de mágicos libros, semejantes a los niños que se sientan sobre montones de cocos...

El divino fracaso (1918)
Rafael Cansinos Assens

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