miércoles, 29 de enero de 2014

Las ruinas

Gustav Bauernfeind. El templo de Baalbek.

Expresado de otro modo: el encanto de la ruina consiste en que una obra humana es percibida, en definitiva, como si fuera un producto de la naturaleza. Las mismas fuerzas que por erosión, disgregación, hundimiento y expansión de la vegetación han dado a las montañas su aspecto, demuestran también aquí su eficacia en los muros. Ya la sugestión de las formas alpinas, que son en su mayoría pesadas, fortuitas, no susceptibles de ser gozadas artísticamente, se basa en el perceptible juego de dos tendencias cósmicas opuestas: las elevaciones volcánicas o la lenta estratificación han alzado la montaña, pero la lluvia y la nieve, la erosión y los desprendimientos, la disolución promovida por los agentes químicos y la acción paulatina de la vegetación invasora han seccionado y socavado su borde superior, haciendo que partes de lo alzado con anterioridad se derrumbasen, dando así al contorno de la montaña su forma característica. Sentimos, por tanto, la vitalidad de ambas fuerzas contrapuestas y más allá de toda circunstancia de orden estético-formal, percibiendo instintivamente en nosotros mismos tales oposiciones, captamos la significación de la figura en cuya apacible unidad ambas han llegado a fundirse. Pero en las ruinas tales oposiciones se dan entre partes del ser mucho más distantes. Lo que ha alzado una construcción es la voluntad humana; lo que le da su aspecto ruinoso es la acción mecánica, que corroe y derrumba, de las fuerzas naturales. Sin embargo, la naturaleza no permite, mientras pueda hablarse de una ruina y no de un simple montón de piedras, que se reduzca al aspecto informe de la pura materia, sino que hace surgir una nueva forma que desde el punto de vista de la naturaleza está plena de sentido, es comprensible y diferenciada. La naturaleza ha hecho de la obra de arte materia prima para la configuración que ella imprime, de la misma manera que antes el arte se había servido de la naturaleza como materia para su obra.

Traducción de Gustau Muñoz y Salvador Mas

Sobre la aventura
Georg Simmel

2 comentarios:

Chimista dijo...

Del tiempo metido a poeta nacen las ruinas. La naturaleza compite con el arte y siempre gana la partida. Saludos.

Higinio dijo...

Las ruinas, afortunadamente, tienen su encanto. Contra la naturaleza no tenemos nada que hacer, nos sobrevive.

Un fuerte abrazo, amigo Chimista.