sábado, 28 de marzo de 2015

El oficio de escribir

Guillermo Díaz-Plaja. El oficio de escribir.

1. El alma en el escaparate
Pienso muchas veces que el escritor es un ser literalmente escandaloso. Irremediablemente es el forzado a explicar su propia intimidad, aun cuando crea tantas veces escamotearla con alegorías más o menos transparentes. Los episodios de su peripecia interior quedan, así, inermes, a merced de la plazuela, sin que el escritor pueda quejarse por ello. Alguna vez he comentado, irónicamente, la curiosa casualidad que hace que todos los "diarios íntimos" un buen día "se pierdan" para que, fatalmente, "se los encuentre" un editor.
Y, sin esta voluntad, el escritor no existiría. No hay literatura sin proyección social. Escribir es catapultar nuestros propios sentimientos hacia objetivos multitudinarios, en los que jamás podremos conocer la dimensión ni la profundidad del impacto.
Uno solo, sin embargo, está presente -y es acaso imposible- en nuestro corazón. "Un solo lector", pensamos, acaso "uno solo" nos entienda de veras. Hay uno, en un rincón provincial, acaso en una ciudad extranjera, que viene siguiendo nuestro camino. De él nos llega, y nos sobresalta, de pronto, una solitaria pregunta que se nos clava como una saeta. "Él" sí sabe de nosotros.

El oficio de escribir (1969)
Guillermo Díaz-Plaja

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