Nathaniel Hawthorne, retratado por Charles Osgood.
Recuerdo haber leído, en algún viejo
periódico o revista, la historia, contada como cierta, de un hombre
-llamémoslo Wakefield- que se ausentó durante mucho tiempo del lado de
su esposa. Dicho así, en abstracto, el hecho no es muy raro, ni tampoco,
a menos que se conozcan debidamente las circunstancias, debe condenarse
por indecente o absurdo. Sea como fuere, el caso, aunque lejos de ser
el más grave, es quizá el más extraño de los que figuran en los anales
de la delincuencia marital; más aún, no se hallará excentricidad más
notable en el catálogo de las curiosidades humanas. La pareja vivía en
Londres. El hombre, con el pretexto de emprender un viaje, se alojó en
una calle vecina a su propia casa y allí, sin que lo supieran su mujer y
sus amigos, y sin la sombra de una razón para el exilio que se había
impuesto, residió más de veinte años. Durante este tiempo vio su casa
todos los días y, con frecuencia, a la Sra. Wakefield, a quien había
abandonado. Después de una interrupción tan prolongada de su felicidad
matrimonial -cuando su muerte se daba por segura, su herencia se había
repartido, su nombre borrado de la memoria y su esposa, desde mucho
tiempo atrás, se hallaba resignada a la viudez otoñal- entró una tarde
por la puerta de su casa, tranquilamente, como tras un día de ausencia, y
se convirtió hasta su muerte en un marido amante.
Traducción de Luis Loayza
Wakefield y otros relatos
Nathaniel Hawthorne
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