martes, 5 de mayo de 2015

Los resplandores

F. O. Morris. Petirrojo (1880).

A veces, dos o tres días seguidos, venían los petirrojos y se ponían en hilera bajo el seto, delante de la ventana. Se estaban quietos mirando hacia ésta, como si estuvieran dispuestos a que él les pasara revista de sus corbatas rojas, tan hermosas, y de repente alzaban el vuelo como si estuvieran escapando de algún peligro. Y luego a lo mejor ya no volvían ese día, ni al siguiente, ni a los otros, ni en toda la temporada, y el viejo escritor, que no tenía ninguna alegría ni nunca la había tenido, ni siquiera podía avanzar en su Diario, porque éste ya casi sólo se refería a cuando le visitaban los petirrojos, y había meses y meses en blanco en la agenda en la que escribía.
Y aquel año no vinieron y el escritor estaba inconsolable. Hasta que recordó de repente que, un día, a Abraham, le habían visitado tres ángeles y lo que le dijeron; pero entonces comenzó a cavilar y a cavilar, y se puso muy contento porque los petirrojos no podían llevar esa clase de noticias tan terribles, sino sólo noticias alegres, muy ligeras de llevar; de manera que continuaría esperándolos y, cuando abría la agenda o el calendario y veía allí aquellos blancos sin anotaciones de la visita de los petirrojos, iba escribiendo unas palabras como si hubiera encontrado allí en la blancura del papel pisadas de ellos o revoloteos: "Hoy, nada: resplandores".
Y se sentía acompañado.

El cogedor de acianos (1993)
José Jiménez Lozano

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