jueves, 17 de septiembre de 2015

El lugar donde se lee

Leyendo a la luz de una vela. Rovaniemi, Finlandia, 1948. Fotografía de Werner Bischof.

A solas se encuentra todo lector cuando lee, aún sabiendo que otros existen y rozándolos con tacto, cada uno en su propio recogimiento y deferente hacia el recogimiento de los demás (en realidad, por una especie de indiferencia puntillosa: ¡no vaya a ser que vengan a distraerlo!), semejantes a monjes que viven juntos sin molestarse nunca, asamblea ideal en el interior de la sociedad, ya de por sí demasiado precipitada como para perder el tiempo con ellos, y tolerándolos, con el desdén que puede haber en la tolerancia.

Existieron la Edad de Piedra, la Edad del Hierro y la Edad Literaria. Esta, muy reciente en la historia de la humanidad y muy poco extendida sobre la Tierra, vio como una discreta cofradía pudo establecerse sin que la persiguieran demasiado. En el primer programa de telerrealidad del mundo, el «Loft», en el que podía verse de todo, desde comer hasta follar, solo estaba prohibida una cosa: la lectura. Productores que sabían muy bien lo que es un público no quisieron contrariar al suyo emitiendo tan exasperante práctica.
La lectura nos extrae. Creo que sería contradictorio con respecto a su naturaleza que nos dejara acordarnos con exactitud del momento y del lugar en que la hicimos. La lectura es ese instante de eternidad simultáneamente sentido por algunos solitarios en el espacio inmaterial y un poco raro al que podríamos llamar espíritu.

Traducción de Elena M. Cano e Íñigo Sánchez-Paños

¿Por qué leer?
Charles Dantzig

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