viernes, 19 de febrero de 2016

Los silencios del escritor

Miguel Delibes (década de 1960). Foto: Wikipedia.

Hay ocasiones en que el escritor se calla, enmudece, y su silencio puede prolongarse años o el resto de su vida. Sus seguidores fervorosos dirán entonces «Le falta inspiración». La inspiración. He aquí un recurso socorrido para abordar al artista cuando el entrevistador no tiene a mano preguntas de más substancia. ¿Cree usted en la inspiración? ¿Relaciona usted la inspiración con la visita de las musas? Hubo un tiempo en que la inspiración tuvo nombre de mujer, y el artista creía de verdad o al menos pretendía hacernos creer, que su vena creadora dependía de su visita. Hoy día los creadores aluden a la inspiración con cierta sorna, cuando no afirman categóricamente que la inspiración reside en el trabajo de cada día. Lorca reconocía que el duende, para que fuera eficaz debía sorprenderle trabajando. Por mi parte, siempre he sostenido que la inspiración estriba en el hecho de haber dormido bien, no sólo porque para escribir necesite estar descansado, sino porque un sueño reparador es indicativo de un cerebro equilibrado y en blanco. Si la creación requiere concentración, ésta no puede producirse si tenemos la cabeza en otro sitio. Quiero decir que no es suficiente tener ante nosotros una cuartilla impoluta y una pluma en la mano para poder escribir algo de interés.
Juan Rulfo, a sus prolongados períodos de esterilidad, que, sumados, componen la mayor parte de su vida, los llamaba la seca. Otros escritores y artistas -plásticos especialmente- hablan de eclipse creador y el pintor vallisoletano Gabino Gaona, a quien recientemente sus paisanos rendían un homenaje, llama a estas pausas períodos de aridez. En entrevista reciente, el poeta José Ángel Valente decía asumir con paciencia estas etapas infecundas y confesaba que el poeta no escribía cuando quería, sino cuando podía; el poeta estaba siempre a la espera de la palabra, pero la palabra puede llegar y puede no llegar. ¿Y el novelista? ¿Esperaba también Rulfo la palabra? Yo creo que en el caso del narrador no es precisamente la palabra lo que se espera. El novelista, antes que la palabra, debe esperar el tema o el tono. ¿Y equivalen la palabra, o el tema, o el tono a la vieja inspiración?¿Es la seca, o el período de aridez, o la falta de tema o de tono, la ausencia de la musa? Desmitificada la literatura, ya no pude hablarse seriemente de la inspiración ni de la musa, sino de etapas de fecundidad y etapas de esterilidad. Esto es, al poeta puede faltarle la palabra, al novelista el tema y al pintor el color, pero hay ocasiones en que teniendo palabras el poeta, temas el novelista y colores el pintor, el prodigio de la creación tampoco se produce porque falta concentración, el artista es incapaz de desentenderse del mundo circundante y fundirse con la obra que tiene entre manos. En cambio, cuando el creador se identifica con la obra de arte, se integra en ella, el libro o el cuadro parecen escribirse o pintarse solos, como si una mano ajena, un alter ego, escribiera o pintase por nosotros. Seguramente era esto a lo que nuestros antecesores llamaron inspiración.
De lo antedicho deducimos que las pausas de un escritor suelen obedecer a dos motivos fundamentalmente: falta de tema o de palabra e imposibilidad de concentrarse. Es decir, por razones distintas pero muy concretas, el escritor ha entrado en una fase de esterilidad. ¿Y no puede responder este silencio, ocasional o definitivo, a otras circunstancias? Ocurre en ocasiones que al artista le invade el desánimo, tiene conciencia de su limitación, de la imposibilidad de alcanzar las grandes cimas del arte, y entonces, él mismo opta por callarse, se aparta de la corriente creadora porque entiende que con sus aportaciones, bienintencionadas pero mediocres, está contribuyendo a la confusión, contaminando el mundo del arte que, por esencia, debe ser limpio y diáfano. Algo semejante acontece con aquellos creadores cuya iniciación se produjo a bombo y platillo, con gran aparato coral, y, de pronto, se callan o debilitan su voz hasta hacerla casi inaudible. Es el propio estruendo de su irrupción el que los ha enmudecido. Empezaron la casa por el tejado y hoy se sienten incapaces de superarse. Ante la necesidad de competir con ellos mismos, o el temor de no poder alcanzar el nivel de sus obras iniciales, optan por guardar silencio.

Los silencios del escritor
Miguel Delibes (1920-2010)

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