martes, 18 de julio de 2017

De fusilamientos

Julio Torri, retratado por Salvador Pruneda, 1950.

Le poète maudit

Muy poco grata era su compañía y evitada hábilmente por todos. Había perpetrado un latrocinio hacía mucho, y lo que es peor no conservaba nada del mal habido dinero. De las dos razas humanas, pertenecía a la que pide prestado. Era un fatuo sin igual que no hallaba en Darío sino un admirable virtuoso de las palabras, y en Lugones un imitador genial sin originalidad verdadera. Su vida era completamente irregular. Notoria su mala educación; y nadie extrañará que deliberadamente le hayamos olvidado cuando redactamos la lista de socios de la Agrupación Ariel. Su ilustración era muy desigual, y desde luego nada académica. De latín no sabía ni los rudimentos, ni leía a los humoristas ingleses del tiempo de la reina Ana, ni poseía la principesca edición de los cuentos de Lafontaine, que engalanaron Eisen  y Chauffard, ni había oído hablar del Pseudo Calístenes, del Pseudo Turpino, ni del Pseudo Pamphilus.
Pero a pesar de todo, y por raro capricho de la Fortuna... hacía mejores versos que nosotros. No cabe duda que los dones poéticos se reparten de modo arbitrario y a veces tocan en suerte a los peores sujetos (de que se pueden aducir tantos ejemplos ilustres).
—Se suele admirar hasta la idolatría a un poeta —nos decíamos en nuestras amables cenas de la Agrupación Ariel—, y no apetecerlo para compañero en el paraíso.
Tras propinarnos interminables acertijos rimados nos consolábamos considerando que si la poesía tiene curiosas virtudes como la de mover los árboles y detener la corriente de los ríos, no dignifica por sí sola a los que la cultivan ni los dota de autoridad en letras.

De fusilamientos (1940)
Julio Torri

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