lunes, 25 de septiembre de 2017

Peregrinos de la belleza

Angelos Giallina. El Partenón.

Presentación
El mundo mediterráneo 
como destino vital

Los viajes al mediterráneo dejaron de ser patrimonio de eruditos y aventureros cuando, a mediados del siglo XIX, Thomas Cook, empresario y puntal de la liga anti-alcohólica, descubrió por casualidad el viaje organizado. Ahora, los habitantes de mugrientas ciudades inglesas podían subir a un tren por la noche y, emulando a los ejércitos de Jenofonte, despertar por la mañana al enardecido grito de «¡El mar, el mar!», en las costas de la Riviera francesa o italiana. Cada vez era más la gente que podía visitar el Coliseo de noche a la luz de las antorchas, contemplar la languidez de la laguna veneciana en invierno, la belleza imponente del Partenón sobre la Acrópolis o disfrutar de las delicias de la bahía de Nápoles. Y para quienes no se movían de casa, los mejores artistas inmortalizaban en sus pinturas la luz mediterránea y la belleza de la campiña romana, mientras las mejores plumas deleitaban a los lectores con sus descripciones de los pintorescos paisajes y habitantes del sur.
Cada viajero tenía un motivo diferente para dirigirse al sur: la contemplación de las ruinas clásicas, los efectos beneficiosos del sol, la búsqueda de amores prohibidos o de un escondite para una relación ilícita. Y para algunos afortunados, aquel viaje deparaba insospechados y gozosos descubrimientos. Porque el amante del Mediterráneo ve el mar más azul, el cielo más índigo, la silueta de los árboles más definida y elegante en Italia o Grecia. Se pasea arrobado, con la mirada alterada del enamorado y desprovista de las telarañas de la cotidianeidad, como el místico que contempla la belleza del mundo porque ve las cosas como si fuera la primera vez. No solo la mirada se agudiza el el amante-místico, sino también la percepción. Los parajes están cargados de significado, se puede detectar la presencia del espíritu del lugar, de husmearlo, de temerlo, de adorarlo. En sitios como la Villa Jovis en Capri, en ese promontorio salvaje abierto al viento, al cielo y al mar, se puede llegar a perder la noción del tiempo y del espacio mientras se siente entre las ruinas la presencia persistente de otras miradas.

Peregrinos de la belleza. Viajeros por Italia y Grecia (2015)
María Belmonte

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