jueves, 19 de octubre de 2017

Los dos monjes

Guennadi Ulibin. Oleaje.

Viajaban dos monjes a pie hacia su aldea cuando, de repente, oyeron una voz que pedía socorro. Se dirigieron hacia el lugar de donde surgía la voz y vieron a una joven que se había caído al agua y corría el riesgo de ahogarse. Uno de los monjes, diligentemente, se echó al agua, tomó a la mujer entre sus brazos y la llevó a la arena. Se despidieron los monjes de la joven y continuaron su camino, en silencio. Pasadas unas horas, el monje que no había ayudado a la mujer, increpó a su compañero:
—Deberías ya saber que nuestra doctrina no nos permite aproximarnos a mujer alguna.
El monje que había auxiliado a la joven dijo:
—Yo cogí a esa joven en los brazos y la dejé en tierra firme. Tú, todavía, la llevas encima.

Comentario

La mente rumia, acarrea, transporta, se obsesiona, se enreda en su tela de araña, se desertiza en sus inútiles recuerdos, se consume en su desorden. Una mente así es reactiva y desagradable; le falta frescura, no se renueva, se angosta, está siempre en su ir y venir, se roba el brillo a sí misma y no deja lugar para la naturalidad, la vida sin artificios y la bendita espontaneidad. La mente se puede volver muy mezquina, dogmática, aferrada a estrechos puntos de vista, muy condicionada y torpe. Una mente así es una calamidad para uno mismo y para los demás, es una herramienta inútil o incluso peligrosa.

El arte de la armonía (2002)
Ramiro A. Calle

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