lunes, 19 de agosto de 2019

La arquitectura de la felicidad

Henri Cartier-Bresson. Brasserie Lipp, París, 1969. 

Autoconocimiento

1.

Una vez pasé un verano en un hotelito del segundo arrondissement de París, a tiro de piedra de la fría seriedad de la vieja Biblioteca Nacional, donde recalaba cada mañana en un vano intento de documentarme para un libro que esperaba escribir (y al final no escribí). Era una zona animada de la ciudad, y cuando me aburría de mi trabajo, que era la mayor parte del tiempo, a menudo me sentaba en un café cercano a mi hotel llamado, como recién salido de una guía turística, Chez Antoine. Antoine había muerto, pero su cuñado, Bertrand, se había hecho cargo del café y lo llevaba con un carisma y una cordialidad poco frecuentes. Todo el mundo parecía pasar por Chez Antoine en algún momento del día. Por las mañanas había mujeres elegantes que se tomaban un café y se fumaban un cigarrillo en la barra. Los policías comían allí, los estudiantes pasaban las tardes en la terraza cubierta, y por la noche se daba cita una mezcla de intelectuales, políticos, prostitutas, divorciados y turistas que flirteaban, discutían, cenaban y jugaban al millón. En consecuencia, aunque estaba solo en París y pasaban los días sin que apenas hablara con nadie, no me sentí en absoluto desplazado, como me había ocurrido en otras ciudades, por ejemplo en Los Ángeles, donde una vez viví unas cuantas semanas en un bloque de edificios entre autopistas. Ese verano, como debe de haberles sucedido a muchas otras personas, no podía imaginar mayor felicidad que la de vivir en París para siempre, siguiendo la rutina de ir a la biblioteca, caminar sin prisas por las calles y mirar el mundo desde la mesa de un rincón de Chez Antoine. 

Traducción de Mercedes Cebrián

La arquitectura de la felicidad (2006)
Alain de Botton

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