lunes, 9 de septiembre de 2019

Elogio de la locura

L. Pardo Figueroa. El sabio.

XXXVII. Volvamos a la felicidad de los locos, los cuales pasan la vida muy alegremente, y después, sin haber tenido miedo ni noción de la muerte, emigran directamente hacia los Campos Elíseos, y allí deleitan con sus gracias a las almas piadosas y desocupadas. Comparemos ahora a cualquier sabio con un loco de esta clase. Tomemos para ello un verdadero modelo de sabiduría, el que ha consumido en el estudio de las ciencias toda la infancia y la juventud, y perdido lo mejor de su vida en vigilias, cuidados y fatigas, y que en todo el resto de su vida no ha saboreado el menor placer; siempre sobrio, pobre, triste, sombrío, severo y duro para sí mismo, grave e insoportable para los demás; muy pálido, delgado, enfermizo, legañoso, con aspecto de viejo, calvo mucho antes de tiempo y que abandona la vida prematuramente. ¿Qué importa, por lo demás, que muera así quien nunca ha vivido? Ahí tenéis la egregia imagen de un sabio.

Elogio de la locura (1511)
Erasmo de Rotterdam

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