miércoles, 29 de julio de 2020

No sufrir compañía

Viktor Zarubin. Voces del silencio(1907)

De los modos de decir en silencio

II

En Delfos, en Dodona, los oráculos tenían en la no respuesta, en la ausencia de voz, una forma de designio. Con frecuencia conminaban a no hablar en señal de sujeción y purificación; otras veces, su no pronunciamiento significaba la aceptación del mundo secreto del que allí acudía. «Guarda silencio, iniciado», se lee en uno de los oráculos caldeos; y como signo de temperancia los pitagóricos conminaban a «cubrir las opiniones dentro de una mente muda». No por azar Homero llamaba «callados» a los virtuosos y mesurados. Entre los filósofos griegos era común acogerse al silencio en tanto que manifestaba, tanto más elocuentemente que el lenguaje, su extrañamiento moral, esa extranjería que llevó al sabio y errante Misón a vagar por los parajes apartados y que indujo a Heráclito a tomar el camino de las montañas para huir de toda presencia humana.

Estar solo, callado, favorece la pérdida de la dualidad, facilita caer en la cuenta que uno es ante todo, y muy íntimamente, la relación con lo que ignora. Plotino refiere que si la Naturaleza, a la vez contemplación y objeto de contemplación, fuera preguntada por qué produce, respondería a su interlocutor: «No debieras preguntar, sino comprender en silencio tú también, como yo guardo silencio y no acostumbro a hablar» (Enéada III, 8, 4). Ocurre de un modo similar en el Tao: «Hablar poco y seguir la Naturaleza» (XXIII). Mirar, callar, contemplar el escenario donde fue retenida la palabra de los dioses, el paisaje en el que nada puede ser dicho porque, de resonar una voz, alejaría a la divinidad.

No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio (2010)
Ramón Andrés 

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