miércoles, 4 de noviembre de 2020

Las musarañas

José Antonio Muñoz Rojas. Las musarañas.

¡Oh celestiales! ¡Oh divinas! ¡Oh criaturas, compañeras de aquella edad! Estabais dondequiera, salíais de todos los rincones, nos aliviabais de todas las dolencias. Cuando los días se hacían largos, cuando había que quedarse quitecitos—Dios sabría por qué con aquellas hormigas que se nos paseaban por las piernas—, cuando dentro había un bulto negro avanzando, cuando la escuela era aburridísima, o predicaba aquel padre que todo era ísimo, ísimo, de pronto algo que, ¿cómo se llamaría aquello que nos sacaba de la dolencia de las gentes pesadas, de las horas pesadas, de los sermones pesados? ¿Cómo se llamaría? Intuíamos que sin nombre no tendría existencia.
—Te quedas ahí pensando en las musarañas.
¡Ya estaban aquí! Claro. Eran ellas. Las musarañas, insectos, animalillos, ángeles. Algo tenía que ser. Si no, no cabía que, sin presencia de alguien, se cambiara tan hondamente el contorno.
Así, cuando estábamos solos sin estarlo, cuando nos divertíamos sin reír, cuando soñábamos sin sueño, las musarañas estaban presentes, angélicas, efectivas, consoladoras. Lo malo es que, a veces, descansábamos en su esperanza y no venían. Nos quedábamos sin consuelo, sin musarañas. Estábamos verdaderamente solos.
Y era horrible.

Las musarañas (1957)
José Antonio Muñoz Rojas

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