martes, 1 de diciembre de 2020

El juego del diábolo

Diana Amelin. Libros.

Si quieres mantener un secreto guárdalo en un libro

Desde hace algún tiempo hago la mayor parte de mi compra de libros a través de internet. No me gustan las grandes superficies que están acabando con los libreros. En internet busco a mis autores favoritos de todos los tiempos y elijo libro, encuadernación y edición a mi capricho; todo depende, como siempre, del dinero que esté dispuesto a gastarme. Hace unos días recibí mi último encargo. Vino de Minneapolis, Minnesota, Estados Unidos, era un libro de Horace Beemaster, el gran clásico norteamericano, uno de mis escritores favoritos. Era una primera edición, debo decir que sin huellas de haber sido leída nunca, por la más que razonable suma de doscientos dólares, transporte y entrega incluidos. Anoto esto porque todavía compré dos ejemplares más idénticos, también primeras ediciones, uno se lo encargué a una librería de Maryland, por trescientos veinticinco dólares, otro a una de Colorado por cuatrocientos cuarenta, ambos en algo peor condición que el primero. Tuve que hacerlo, sin embargo. Quiero decir que tuve que comprarlos para corroborar que lo que había encontrado en el primero no era parte de la ficción. Me refiero a una nota manuscrita del propio Horace Beemaster que venía entre las páginas 132 y 133 del ejemplar de Minneapolis y que decía así:

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A la hora de mi muerte, yo, Horace Zebulon Beemaster, declaro solemnemente que mi jardinero, Anthony Whilam, un mocetón irlandés analfabeto que sirvió en mi casa durante veinticinco años, ha sido el autor de todos mis escritos.
Mientras él se bebía mi whisky, yo copiaba literalmente cuantas palabras iban saliendo de su boca. Así nacieron mis novelas más importantes: El calderero, La furia del alba, Los árboles ahogados, El camino de un sueño y El mendigo de horas. Ni siquiera los títulos son míos que brotaron también de su boca.
Hoy dejo esta nota en este ejemplar de El mendigo de horas que yo guardo en mi biblioteca, con la esperanza de que, a mi muerte, la verdad resplandezca y mi alma recupere la paz.

Firmado Horace Z. Beemaster

PD. Anthony Whilam murió de una cirrosis hepática el 27 de febrero de 1829 a la edad de cuarenta y cuatro años.

El juego del diábolo (2008)
Juan Pedro Aparicio

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