SORPRESAS
Tuve una novia extraña. Me confesó que era criptojudía y yo pensé -en mi ignorancia cristiana- que era una secta erótica. Durante meses esperé la invitación.
Envidio a quienes afirman que una voz interior los invade y les dicta, casi a contrapelo, los versos inmortales y los magníficos epítetos. Aunque he estado atento al menor murmullo, creo no deberle a esa intrusa ni siquiera un substantivo.
El bosque era enorme. Unos pinos altísimos y grises. De lejos vi a la niña que perseguía un lobo aterrado. Lo juro.
Manual del distraído
Alejandro Rossi
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