jueves, 9 de octubre de 2008

Bomarzo

Manuel Mujica Láinez
Durante el viaje de Bolonia a Recanati, largo, complicado, por malos caminos, no hubo más novedad que una tentativa de asesinato cerca de la posada donde pernoctamos en Rímini. Me tiraron una cuchillada en una calleja, pero me protegió la coraza de cuero de búfalo, cubierta de seda, que llevaba...
Luego de nuestra llegada a Recanati, no me decidí a entrar inmediatamente en la iglesia de Santo Domingo, meta de mi peregrinación como si temiera el enfrentamiento con mi padre, más arduo que el de los modestos espadachines de Rímini. Vagué a lo largo de dos días, con mis escuderos, por la ciudad estirada en las suaves colinas como en terrazas que delimitan los murallones. Subí a la torre dominante y desde ella abarqué la anchura del paisaje prodigioso, por leguas y leguas, reposando los ojos en la vibración del Adriático o siguiendo, como en un mapa, la cromática diversidad de los Apeninos.
Bomarzo
Manuel Mujica Lainez

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