Antonio PigafettaPartendo de qui arrivassemo fino a 49 gradi a l'Antartico. Essendo l'inverno le navi intrarono in uno bon porto per invernarse. Quivi stessemo dui mesi senza vedere persona alcuna. Un dì a l'improvviso vedessemo un uomo, de statura de gigante, che stava nudo ne la riva del porto, ballando, cantando e buttandose polvere sovra la testa. Il capitano generale mandò uno de li nostri a lui, acciò facesse li medesimi atti in segno di pace, e, fatti, lo condusse in una isoletta dinanzi il capitano generale. Quando fu nella sua e nostra presenzia, molto se meravigliò e faceva segni con un dito alzato, credendo venissemo dal cielo. Questo era tanto grande che li davamo alla cintura e ben disposto: aveva la faccia grande e dipinta intorno de rosso e intorno li occhi de giallo, con due cuori dipinti in mezzo delle galte. Li pochi capelli che aveva erano tinti de bianco: era vestito de pelle de animale coside sottilmente insieme; el quale animale ha el capo et orecchie grande come una mula, il collo e il corpo come uno camello, le gambe di cervo e la coda de cavallo; e nitrisce come lui: ce ne sono assaissimi in questa terra. Aveva alli piedi albarghe de la medesima pelle, che coprono li piedi a uso de scarpe, e nella mano uno arco curto e grosso, la corda alquanto piú grossa di quella del liúto, fatta de le budelle del medesimo animale, con uno mazzo de frecce de canne non molto longhe, impennate come le nostre. Per ferro, ponte de pietra de fuoco bianca e negra, a modo de frezze turchesche, facendole con un'altra pietra. Lo capitano generale li fece dare da mangiare e bere, e, fra le altre cose che li mostrette, li mostrò uno specchio grande de azalle. Quando el vide sua figura, grandemente se spaventò, e saltò in dietro e buttò tre o quattro de li nostri uomini per terra. Da poi gli dette sonagli, uno specchio, uno pettine e certi paternostri e mandollo in terra con 4 uomini armati. Uno suo compagno, che mai volse venire a le navi, quando el vide venire costui con li nostri, corse dove stavano gli altri; se misseno in fila tutti nudi. Arrivando li nostri ad essi, comensorono a ballare e cantare, levando un dito al cielo e mostrandoli polvere bianca de radice da erba, poste in pignatte di terra, che la mangiasseno, perchè non avevano altra cosa. Li nostri li fecero segno [che] dovesseno venire a le navi e che li aiuterebbono [a] portare le sue robe, per il che questi uomini subito pigliarono solamente li suoi archi; e le sue femmine, cargate come asine, portarono il tutto. Queste [donne] non sono tanto grandi, ma molto più grosse. Quando le vedessimo, grandemente stessemo stupefatti. Hanno le tette longhe mezzo braccio; sono dipinte e vestite come [i] loro mariti, se non [che] dinnanzi a la natura hanno una pellesina che la copre.Primer viaje alrededor del mundoAlejándonos de estas islas para continuar nuestra ruta, alcanzamos a los 49° 30' de latitud sur, donde encontramos un buen puerto; y como ya se nos aproximaba el invierno, juzgamos conveniente pasar ahí el mal tiempo. Transcurrieron dos meses antes de que avistásemos a ninguno de los habitantes del país. Un día en que menos lo esperábamos se nos presentó un hombre de estatura gigantesca. Estaba en la playa casi desnudo, cantando y danzando al mismo tiempo y echándose arena sobre la cabeza. El comandante envió a tierra a uno de los marineros con orden de que hiciese las mismas demostraciones en señal de amistad y de paz; lo que fue tan bien comprendido que el gigante se dejó tranquilamente conducir a una pequeña isla a que había abordado el comandante. Yo también con varios otros me hallaba allí. Al vernos, manifestó mucha admiración, y levantando un dedo hacia lo alto, quería sin duda significarnos que habíamos descendido del cielo. Este hombre era tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura. Era bien formado, con el rostro ancho y teñido de rojo, con los ojos circulados de amarillo, y con dos manchas en forma de corazón en las mejillas. Sus cabellos, que eran escasos, parecían blanqueados con algún polvo. Su vestido, o mejor, su capa, era de pieles cosidas entre sí, de un animal que abunda en el país, según tuvimos ocasión de verlo después. Este animal tiene la cabeza y las orejas de mula, el cuerpo de camello, las piernas de ciervo y la cola de caballo, cuyo relincho imita (guanaco). Este hombre tenía también una especie de calzado hecho e la misma piel. Llevaba en la mano izquierda un arco corto y macizo, cuya cuerda, un poco más gruesa que la de un laúd, había sido fabricada de una tripa del mismo animal; y en la otra mano, flechas de caña, cortas, en uno de cuyos extremos tenían plumas, como las que nosotros usamos, y en el otro, en lugar de hierro, la punta de una piedra de chispa, matizada de blanco y negro. De la misma especie de pedernal fabrican utensilios cortantes para trabajar la madera. El comandante en jefe mandó darle de comer y beber, y entre otras chucherías, le hizo traer un gran espejo de acero. El gigante que no tenía la menor idea de este mueble y que sin duda por primera vez veía su figura, retrocedió tan espantado que echó por tierra a cuatro de los nuestros que se hallaban detrás de él. Le dimos cascabeles, un espejo pequeño, un peine y algunos granos de cuentas; enseguida se le condujo a tierra, haciéndole acompañar de cuatro hombres bien armados. Su compañero, que no había querido subir a bordo, viéndolo de regreso en tierra, corrió a advertir y llamar a los otros que, notando que nuestra gente armada se acercaba hacia ellos, se ordenaron en fila, estando sin armas y casi desnudos, dando principio inmediatamente a su baile y canto, durante el cual levantaban al cielo el dedo índice, para darnos a entender que nos consideraban como seres descendidos de los alto, señalándonos al mismo tiempo un polvo blanco que tenían en marmitas de greda, que nos lo ofrecieron, pues no tenían otra cosa que darnos de comer. Los nuestros les invitaron por señales a llevar lo que quisieran tomar consigo. Y en efecto vinieron; pero los hombres, que sólo conservaban el arco y las flechas, hacían llevar todo por sus mujeres, como si hubieran sido bestias de cargas. Las mujeres no son tan grandes como los hombres, pero en cambio son más gruesas. Sus pechos colgantes tienen más de un pie de largo. Se pintan y visten de la misma manera que sus maridos, pero usan una piel delgada que les cubre sus partes naturales. Y aunque a nuestros ojos distaban enormemente de ser bellas, sin embargo sus maridos parecían muy celosos.
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