jueves, 27 de junio de 2013

Ese vicio impune

Jean Louis Ernest Meissonier. Leyendo, 1857.

"Ese vicio impune" llamaba Valery Larbaud a la lectura. Y es un término con el que todos los buenos lectores estarán de acuerdo. Se refería, claro, a la lectura literaria, la que busca en los libros el placer, no la utilidad.
Vicio, según el diccionario de la Real Academia, es "gusto especial o demasiado apetito de algo, que incita a usarlo frecuentemente y con exceso". La lectura es vicio, no deber, gustosa inclinación, no obligación patriótica o moral.

Un hombre tiene tantas patrias como lugares en los que ha sido feliz. Y yo pocas veces he sido tan feliz como con un libro en las manos. "Procurad cierta armonía entre los libros y el lugar en que hayan de leerse", aconsejaba Clarín, de quien tanto se usa y abusa en estos días: "Leed la Odisea en una playa; que el ruido del mar acompañe la palabra divina de Homero. leed las Geórgicas en el campo, bajo una frondosa copa de un árbol, contemplando las mieses, oyendo el zumbido de las abejas... Leed a Shakespeare en cualquier parte; a Cervantes en lugar apetecible y soledad discreta".
Los aficionados al vicio impune de la lectura leemos a cualquier autor, como si fuera Shakespeare, en cualquier parte: nos basta abrir la Odisea para sentir olor a mar y sentirnos deslumbrados por el blanco y el azul de Grecia. No es el escenario lo que hace inolvidable una lectura; son los grandes libros los que hacen inolvidable el lugar en que han desplegado por primera vez ante nosotros toda su magia.

Para los que practicamos el vicio impune de la lectura todos los rincones del mundo son rincones de nuestra propia biblioteca.

Ese vicio impune
José Luis García Martín

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