Joe Gould, retratado por E.E. Cummings.
Vine a Nueva York con la idea de conseguir trabajo como crítico de
teatro, pues pensaba que así me quedaría tiempo para escribir novelas,
obras, poemas, canciones, artículos y alguna monografía científica sobre
cuestiones relativas a eugenesia, y al cabo logré encontrar empleo en
el Evening Mail como una especie de mitad recadero, mitad aprendiz de
cronista en la jefatura de policía. Una mañana del verano de 1917,
mientras me recobraba de una resaca, me senté al sol en la escalinata
trasera del edificio. Poco tiempo antes, en una librería de viejo, había
hojeado un libro de cuentos de William Carleton, el gran escritor
irlandés, publicado en Londres en la década de 1880 con un prólogo de
William Butler Yeats, y una frase de Yeats hizo mella en mí: "La
historia de una nación no está en los parlamentos ni en los campos de
batalla, sino en lo que las gentes se dicen en días de fiesta y de
trabajo, y en cómo cultivan, se pelean y van en peregrinación". Y de
repente se me ocurrió la idea de la Historia oral: me pasaría el resto
de la vida recorriendo la ciudad, escuchando a la gente- sin su permiso,
si hacía falta- y apuntando todo lo que a mí me pareciese revelador,
por muy idiota, vulgar u obsceno que pudiera sonarles a otros.
Mentalmente lo vi todo: conversaciones larguísimas y conversaciones
breves y vivaces, conversaciones brillantes y conversaciones bobas,
insultos, réplicas, comentarios groseros, retazos de discusiones, el
parloteo de los borrachos y los locos, los ruegos de los pordioseros y
los vagabundos, las proposiciones de las prostitutas, las peroratas de
los charlatanes y los vendedores ambulantes, los sermones de los
predicadores callejeros, los gritos nocturnos, los rumores violentos,
los gritos del corazón. Allí mismo decidí que no me era posible mantener
mi puesto, porque me robaría el tiempo que debía consagrar a la
Historia oral, y decidí no aceptar nunca más empleos estables, salvo por
cuestión de vida o muerte, recortar mis necesidades a lo más básico y
sobrevivir con la ayuda de amigos y almas caritativas. La idea de la
Historia oral se me ocurrió alrededor de las diez y media. A eso de las
once me levanté, fui a una cabina telefónica y renuncié a mi empleo.
Traducción de Marcelo Cohen
El secreto de Joe Gould
Joseph Mitchell
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