jueves, 25 de mayo de 2017

La marcha

Sherwood Anderson. Winesburg, Ohio.

Aquel joven, que salía de su pueblo a buscar las aventuras de la vida, empezó a pensar; pero no pensó en nada grande ni dramático. No se le ocurrió pensar ni en la muerte de su madre, ni en su partida de Winesburg, ni en la incertidumbre de su vida futura en la ciudad, ni en los aspectos más serios y más amplios de su vida.
Pensaba en cosas pequeñas: en Turk Smallet acarreando tablas en su carretilla por la calle Mayor del pueblo, en las horas de la mañana; en una mujer alta y elegantemente vestida que había pasado una noche en el hotel de su padre; en Butch Weeler, el hombre que encendía las luces de Winesburg, corriendo por las calles en una noche de verano con la antorcha encendida en alto; en Helen White, a la que vio un día de pie junto a una ventana de la casa de correos de Winesburg pegando un sello en un sobre.
El joven se dejó llevar por su creciente afición a los sueños. Quien se hubiese fijado en él no lo habría tomado por persona de inteligencia extraordinaria. Recordando aquellas pequeñas cosas, cerró los ojos y se echó hacia atrás en su asiento. Permaneció así durante largo rato; y cuando volvió a ponerse en pie y miró por la ventanilla, había desaparecido ya el pueblo de Winesburg, y toda su vida allí pasaba a ser como el fondo sobre el que había de pintar los sueños de su edad adulta.

Traducción de A. Ros. Revisión de la traducción de Eduardo Rodríguez

Winesburg, Ohio (1919)
Sherwood Anderson

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