domingo, 2 de agosto de 2020

Empédocles

René Boyvin. Empédocles. (Wikimedia Commons).

XIV

Empédocles

58. Empédocles, natural de Agrigento, explicó el origen del mundo por la combinación de los cuatro elementos: agua, aire, tierra y fuego, dando a este último la preferencia. Aunque no parece que en esta teoría se encerrase más que la física de Empédocles, pues que distinguía entre el mundo sensible y el intelectual; no obstante, el modo con que explicaba la naturaleza y operaciones del alma, inspira algunas dudas sobre el verdadero sentido de sus doctrinas. En efecto, decía que el alma estaba compuesta de los cuatro elementos, y que conocemos la tierra con la tierra, el agua con el agua, y así de los demás. Esta teoría es materialista; pero no concluye absolutamente contra el espiritualismo del filósofo, porque, extendiendo al alma la distinción entre lo sensible y lo inteligible, quizás explicaba la sensación por la materia, y la inteligencia por el espíritu.
59. Empédocles niega a Dios la forma humana, y afirma que es un ser necesario, espiritual, invisible e inefable. Esto dicen algunos; pero no lo cree Cicerón, pues que le achaca el que divinizara los cuatro elementos.
60. Tocante al bien y al mal, atribuye el primero al amor y el segundo al odio; las pasiones del hombre han producido el mal sobre la tierra, destruyendo la harmonía primitiva; pero ésta se restablecerá con el triunfo del amor, que unirá en suave lazo a todos los seres del universo.
61. Empédocles no se contentó con parecer filósofo: quiso representar el papel de santo y profeta. Su desgraciado fin en el cráter del Etna ha dado lugar a varias narraciones, siendo notable la que le achaca el haber querido pasar por Dios, desapareciendo de una manera extraordinaria. Pero esto ¿por dónde consta? ¿no sería más sencilla la explicación, diciendo que, aficionado al estudio de la naturaleza, quiso examinar demasiado de cerca los fenómenos del volcán, que acabó con su vida? Florecía por los años de 440 antes de la era vulgar.

Historia de la Filosofía
Jaime Balmes (1810-1848)

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