Luis Mateo Díez, retratado por Samuel Sánchez. (El País).
Le veíamos entrar en el Bar Central a las seis de la tarde y en la sumergida quietud de los divanes y las mesas de mármol se iba diluyendo como una sombra más. Algunas veces se percataba de que le estábamos mirando tras el ventanal: seis ojos de niños traviesos que se demoran en el camino de regreso a casa, pero no parecía importarle aquella vigilancia impertinente y caprichosa. Escribía en cuartillas con una estilográfica muy grande y fumaba sin parar.
Murió al final de aquel invierno, poco después de que hubiéramos decidido dejar de espiarle para ir directamente a los billares de Castro donde, al fin, nos permitían colarnos.
Su última novela, que apareció al cabo de un año, se titulaba El Sendero Furtivo. La leí mucho tiempo después y debo reconocer que me gustó. En el último capítulo el protagonista, un hombre de vida sentimental muy atormentada, aguarda en un bar a la mujer con la que tras muchas dudas ha decidido reconciliarse. De pronto observa tras el ventanal el rostro de tres niños que le miran burlones y comienza a sentir una gran zozobra. Se levanta, cruza apresuradamente el local y sale huyendo. La novela termina describiendo la congoja de esa huida absurda e irremediable. De nada me he sentido tan culpable en mi vida como de ese desgraciado final.
El porvenir de la ficción (1999)
Luis Mateo Díez
2 comentarios:
Amigo Higino, te deseo que pases una feliz Navidad y con mucha salud.
Francesc Cornadó
Lo mismo deseo para ti y los tuyos.
¡Feliz Navidad!
Un fuerte abrazo, amigo Francesc Cornadó
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