martes, 6 de mayo de 2008

Sonata de estío

Permanecimos toda la noche sobre cubierta. La fragata daba bordos en busca del viento, que parecía correr a lo lejos, allá donde el mar fosforecía. Por la banda de babor comenzó a esfumarse la costa, unas veces plana y otras ondulada en colinas. Así navegamos mucho tiempo. Las estrellas habían palidecido lentamente, y el azul del cielo iba tornándose casi blanco. Dos marineros subidos a la cofa de mesana cantaban relingando el aparejo. Sonó el pito del contramaestre, orzó la fragata y el velamen flameó indeciso. En aquel momento hacíamos proa a la costa. Poco después las banderas tremolaban en los masteleros alegres y vistosas: La fragata daba vista a Grijalba y brillaba el sol.
En aquella hora el calor era deleitante, fresca la ventolina y con el olor de brea y algas percibíase en el aire estremecimientos voluptuosos. Reía el horizonte bajo un hermoso sol. Ráfagas venidas de las selvas vírgenes, tibias y acariciadoras como aliento de mujeres ardientes, jugaban en las jarcias, y penetraba y enlanguidecía el alma el perfume que se alzaba del oleaje casi muerto. Dijérase que el dilatado Golfo Mexicano sentía en sus verdosas profundidades la pereza de aquel amanecer cargado de pólenes misteriosos y fecundos, como si fuese el serrallo del Universo.
Sonata de estío
Ramón Del Valle-Inclán

1 comentario:

Ar Lor dijo...

¡El serrallo del universo!Seguro que se puede follar hasta telepáticamente, bueno que digo, telepáticamente se folla aquí también.